domingo, 15 de agosto de 2010

Raíces de historias

Hacía dos días que habíamos llegado, dos días desde que nos topamos con aquel extraño anciano. En un comienzo apenas y nos dirigió palabra, pidió una carta que no le había sido nombrada y con solo el tacto, sin abrirla, de su contenido parecía haberse enterado.

Tan solo dos días desde aquel acontecimiento, el anciano nos guió hasta su casa y nos hizo entrar hasta su comedor, nos dijo que nos sentáramos para luego informarnos de toda la situación.

Éramos exiliados sin saber que habíamos sido expulsados, nuestra gente fue enviada muy lejos y parecía que un brusco cambio seria anunciado. El aire vibraba, cuando mire por la ventana pude ver que el cielo ya se encontraba nublado.

El viejo anciano se refirió así mismo como Cerian Eixencal, un antiguo amigo de mi padre que había participado de su entrenamiento. Aquella primera noche dormimos rodeados de inseguridad, preguntas y probables pesadillas que fueron las causantes de la ansiedad al despertar.

La ciudad formaba un enorme círculo, aun no me he enterado de la magnitud, pero he escuchado que la biblioteca es una de las más grandes y que guarda algunos documentos del antiguo Gremio.

Mis dos acompañantes tenían que resolver sus propios asuntos, por lo que mi salida paso desapercibida para ambos.

Reiza caminaba a mi lado mientras recorríamos una calle adornada con diferentes pinturas, la riqueza de las imágenes era extasiante. Mientras más nos adentrábamos hacia el centro, la variedad de las pinturas aumentaba como si se tratase de una enorme historia que contaba diferentes fragmentos, dependiendo de la calle que se decidiese recorrer.

-Reiza, detengámonos un poco que quiero realizar unos dibujos –Busco a tientas unas hojas que Cerian le había dado y que había guardado en una de las alforjas que le había dejado a Reiza. Lo extraño es que sus dedos no tocaban las hojas, tuvo que abrir completamente la alforja para ver que solo había unas frutas secas pero no rastro de las hojas. – Reiza, intenta no moverte –Su compañero un poco molesto le gruño un poco para llamar su atención, pero Alan estaba tan enfrascado buscando las hojas que el Tegran tuvo que empujarlo con una de sus patas- ¿¡y ahora qué te pasa!? –Alan se encontraba molesto por el repentino empujón, Reiza inmediatamente indico con su hocico hacia unas cajas de madera que se encontraban tan solo a un par de metros de ellos. Alan, miro con una cara de espanto exagerado- Mis hojas…

Un pequeño animal de color rojizo, con algunas partes de su pelaje blanco, mordía ávidamente las hojas en un aparente intento de comérselas- o como pensaba Alan, en un intento de fastidiarlo a él. Las dos colas de la criatura permanecían en alto como si indicara que se encontraba alerta. Pero, Alan pudo percatarse que no solo se había llevado sus queridas hojas de dibujo, sino que también se había llevado un colgante que le había entregado Cerian, un colgante del cual colgaba una piedra transparente con un rayo de energía en su interior. Aquel colgante se lo entrego al día siguiente de su llegada, aludiendo que debía poseerlo por la resonancia que emanaba su cuerpo. Ahora viendo que aquella pequeña criatura, de alguna manera, tenía el colgante- se encontraba en el dilema de cómo poder quitárselo sin espantarla.

Una fuerte briza pasó por la calle, al parecer las sólidas construcciones en su arquitectura guiaban de una manera al viento que le hacía aumentar su fuerza. El polvo fue levantado y… Reiza estornudo sonoramente. Alan se golpeo automáticamente la cara con la mano y miro a Reiza quien parecía avergonzado e inclinaba su cabeza en un signo de disculpa. La criatura volteó a mirarlos, Alan la observó entre la rendija de sus dedos, el tiempo se detuvo… ¡El maldito animal salió corriendo! Había confiado en que no sucedería nada, incluso suplico internamente que si se quedaban quietos volvería a mordisquear las hojas, pero no… ¡Salía corriendo!

martes, 3 de agosto de 2010

Algo de hoy

Hacía dos días que habíamos llegado, dos días desde que nos topamos con aquel extraño anciano. En un comienzo apenas y nos dirigió palabra, pidió una carta que no le había sido nombrada y con solo el tacto, sin abrirla, de su contenido parecía haberse enterado.

Tan solo dos días desde aquel acontecimiento, el anciano nos guió hasta su casa y nos hizo entrar hasta su comedor, nos dijo que nos sentáramos para luego informarnos de toda la situación.

Éramos exiliados sin saber que habíamos sido expulsados, nuestra gente fue enviada muy lejos y parecía que un brusco cambio seria anunciado. El aire vibraba, cuando mire por la ventana pude ver que el cielo ya se encontraba nublado.

El viejo anciano se refirió así mismo como Cerian Eixencal, un antiguo amigo de mi padre que había participado de su entrenamiento. Aquella primera noche dormimos rodeados de inseguridad, preguntas y probables pesadillas que fueron las causantes de la ansiedad al despertar.

La ciudad formaba un enorme círculo, aun no me he enterado de la magnitud, pero he escuchado que la biblioteca es una de las más grandes y que guarda algunos documentos del antiguo Gremio.

Mis dos acompañantes tenían que resolver sus propios asuntos, por lo que mi salida paso desapercibida para ambos.

Reiza caminaba a mi lado mientras recorríamos una calle adornada con diferentes pinturas, la riqueza de las imágenes era extasiante. Mientras más nos adentrábamos hacia el centro, la variedad de las pinturas aumentaba como si se tratase de una enorme historia que contaba diferentes fragmentos, dependiendo de la calle que se decidiese recorrer.

-Reiza, detengámonos un poco que quiero realizar unos dibujos –Busco a tientas unas hojas que Cerian le había dado y que había guardado en una de las alforjas que le había dejado a Reiza. Lo extraño es que sus dedos no tocaban las hojas, tuvo que abrir completamente la alforja para ver que solo había unas frutas secas pero no rastro de las hojas. – Reiza, intenta no moverte –Su compañero un poco molesto le gruño un poco para llamar su atención, pero Alan estaba tan enfrascado buscando las hojas que el Tegran tuvo que empujarlo con una de sus patas- ¿¡y ahora qué te pasa!? –Alan se encontraba molesto por el repentino empujón, Reiza inmediatamente indico con su hocico hacia unas cajas de madera que se encontraban tan solo a un par de metros de ellos. Alan, miro con una cara de espanto exagerado- Mis hojas…

Un pequeño animal de color rojizo, con algunas partes de su pelaje blanco, mordía ávidamente las hojas en un aparente intento de comérselas- o como pensaba Alan, en un intento de fastidiarlo a él. Las dos colas de la criatura permanecían en alto como si indicara que se encontraba alerta. Pero, Alan pudo percatarse que no solo se había llevado sus queridas hojas de dibujo, sino que también se había llevado un colgante que le había entregado Cerian, un colgante del cual colgaba una piedra transparente con un rayo de energía en su interior. Aquel colgante se lo entrego al día siguiente de su llegada, aludiendo que debía poseerlo por la resonancia que emanaba su cuerpo. Ahora viendo que aquella pequeña criatura, de alguna manera, tenía el colgante- se encontraba en el dilema de cómo poder quitárselo sin espantarla.

Una fuerte briza pasó por la calle, al parecer las sólidas construcciones en su arquitectura guiaban de una manera al viento que le hacía aumentar su fuerza. El polvo fue levantado y… Reiza estornudo sonoramente. Alan se golpeo automáticamente la cara con la mano y miro a Reiza quien parecía avergonzado e inclinaba su cabeza en un signo de disculpa. La criatura volteó a mirarlos, Alan la observó entre la rendija de sus dedos, el tiempo se detuvo… ¡El maldito animal salió corriendo! Había confiado en que no sucedería nada, incluso suplico internamente que si se quedaban quietos volvería a mordisquear las hojas, pero no… ¡Salía corriendo!