miércoles, 13 de octubre de 2010

El Umbral

-Observador-

-3-

Y mi real miedo se presenta cuando siento que estoy solo, cuando el vacío se apodera de mi existencia, cuando se me olvida que respiro. En ese mismo momento, en el que sentimos que estamos abandonados a nuestra propia suerte… es cuando estamos en mayor peligro.

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Había fuego transformador, camaleón de esencia por donde miraras. Tornados arremolinados sobre pequeños cuerpos, que como hormigas intentaban escapar de la arremetida de los extranjeros. Eran desconocidos de gran estatura, de extraños ropajes y de cuerpos irreconocibles. Por extraño que pareciera las miradas no enfocaban cuando te dirigías a ellos, de alguna manera se te olvidaba el habla cuando querías preguntar ¿Por qué?

-¿Por qué?... –Lograba murmurar, mover sus labios sin que escaparan sonidos. Era lo único que deseaba saber, que le dieran una razón para poder soportar todo lo que estaba sucediendo.

Nadie lo escucharía, nadie le hablaría, es imposible establecer un dialogo con aquellos que han perdido el juego. Porque para ellos era un juego de poderes, un juego donde movían piezas de ajedrez vivientes. Un juego donde había conflictos, desafíos psicológicos y físicos, engaños y lucha de la supremacía de voluntades. Pero, aun así, para ellos era un juego de niños. Un juego donde había unas cuantas reglas fundamentales que no deben de quebrantarse, regidas por un único precepto.

-No interferirás.


Corriendo por la calle, escapando del tiempo que se hacía tarde. Se había quedado dormido y tuvo suerte de haberse encontrado con un amigo que también iba a clases de taller los días sábados por la mañana. Pero solo tuvo un aventón 5 cuadras antes del taller.

-¡Esteban, apresúrate! A la profesora Ibet no le va a hacer gracia que lleguemos tarde – Ninguna gracia le iba a hacer a el tener que limpiar los materiales del taller como castigo.

La señora Ibet era una anciana de 75 años que ahora vivía enseñando diferentes artes a sus estudiantes, se caracterizaba por ser una mujer muy conversadora y observadora, pero también por ser una persona de fuertes principios morales.

-Corro… lo… que puedo… -Esteban era de estatura mediana, no tan delgado como Gael pero si un poco mas corpulento. Tenía un cabello de color café claro y ojos castaños oscuro.

Luego de 5 minutos de continuo movimiento, llegaron un poco jadeantes ante la puerta de roble. Gael levanto su mano para tocar un viejo timbre que produjo el sonido de una campana metálica, empujo la puerta y entraron. El timbre solo era un aviso para indicar la llegada de los estudiantes, pasado el tiempo de inicio de 20 minutos este se dejaba olvidado para impedir que el sonido desconcentrara a los practicantes.

Caminando hacia el fondo del pasillo podían acceder por una puerta al enorme patio de la casa. Al ser una casa antigua contaba con diversos corredores que daban camino a 5 salas distintas. La sala que solían ocupar era la que se encontraba al centro del patio, rodeada por pequeños arbustos de flores silvestres. La apariencia era la de una pequeña casa que solo tenía las murallas externas y dos pilares internos como soporte. De pintura blanca y tejas rojas, de grandes ventanales para que entrara la luz solar.

Apenas entraron tuvieron que apartarse, una joven de anaranjada cabellera ondulada pasaba justo en ese momento con un enorme atril frente a ellos. Tantas eran las cosas que llevaba consigo que no se percato de los recién llegados.

-Hey, Eilin –Saludo Gael levantando una mano. La nombrada lanzo un suspiro de sorpresa y un segundo lo miro con un poco de molestia para luego suavizarla.

-Hola chicos –Devolvió el saludo mientras continuaba poniendo en pie su puesto de trabajo.

Gael, al igual que Estaban, estaba acostumbrado a este trato de Eilin quien solía poner prioridad a sus trabajos o cualquier cosa que tuviera pendiente.

Dejaron sus cosas sobre la mesa para luego ir a buscar los atriles. Gael usualmente ocupaba uno bastante simple, mientras que Esteban le agradaba uno más firme y grueso para poder colocar todos sus materiales.

-Es extraño que la señora Ibet aun no se encuentre aquí –dijo Gael cuando se fijo en la hora que indicaba el reloj cucu del taller.

-Pero comenzar sin la inspiración de sus retos es un alivio –Comento Esteban trayendo consigo unos recipientes con agua y otros líquidos.

-Eso es porque haces todo al revés a como se te indica –Agrego Eilin que lo miro críticamente con sus ojos verde agua. Llevaba puesto un delantal verde oscuro y una paleta en su mano a la que comenzaba a agregarle colores.- La señora Ibet se fue antes de que llegaran, fue a buscar unos materiales que le enviaron ayer por correo, el señor Richard se ofreció a acompañarla con su camioneta por lo que no demorara mucho en volver. –Gael asintió y se puso unos audífonos para poder comenzar a trabajar.

El paisaje ficticio comenzaba a cobrar mas forma. Pero el cómo le gustaba trabajar a él causaba que uno no pudiese hacerse a la idea de cómo era su obra sino hasta que llevara bastante avanzado. Ahora podía decirse que era un paisaje con un río y en uno de los costados se veían árboles. Pero en un momento, mientras escuchaba aquella música, la cual no compartía con nadie, indicó un ritmo que provocó que se le antojara comenzar un puente que separaba al río en dos mitades. Uso como referencia la estructura de madera que encontró en una revista y así saber cómo darle los matices necesarios.

Se rió un momento al recordar cómo una vez Eilin y Esteban intentaron escuchar las canciones que guardaba en su mp4. Gael justo volvía de limpiar unos pinceles y apenas los vio agarro oleo de unos recipientes y se los tiro a ambos esperando que les callera en sus rostros. Luego de su primer ataque Esteban puso cara de susto y salió corriendo seguido de Eilin quien le gritaba cobarde, luego volteó hacia él y le hizo una mofa antes de salir rápidamente por la puerta. Pasaron unos 10 minutos antes de que Gael lograra pillarlos y quitarles su pertenencia, agradecía que se hubiese agotado la batería.

No es que Gael tuviese música de la cual se sintiese avergonzado, pero era una música que encontró un día navegando por internet y que había ayudado a inspirarlo. Se trataba de música instrumental la cual en algunas canciones iba acompañada de un cantico que siempre tomaba un sonido natural como si los sonidos hubiesen sido gravados en campo abierto, en la misma naturaleza.

-Atento. –Apenas pudo escuchar esa palabra, por lo que solo miro a su alrededor, pudo ver por uno de los ventanales como una camioneta ingresaba por el portón trasero.


El numero de cajas era enorme, mas de 20 y continuaban quedando materiales en la camioneta. Hoy no se habían presentado más alumnos por lo que Eilin, Gael y Esteban estaban ayudando con la carga. La señora Ibet supervisaba por que no podía hacer mucha fuerza por su edad, el señor Richard ayudaba a llevar las cajas más pesadas y a arreglar algunos atriles que se habían roto.

Cuando por fin pudieron terminar se sentaron en el taller a descansar y a comer algunas galletas que había en la sala de estudio.

-No hacia tanto ejercicio desde el test de gimnasia en el colegio –Se quejaba Esteban mientras apoyaba sus brazos sobre la mesa de esculturas. Eilin solo asintió mientras sacaba otra galleta y continuaba un dibujo en una croquera.

Gael estaba terminando de ordenar algunos materiales y tipos de arcilla en los estantes de al fondo, por lo que no podía escuchar mucho de lo que hablaban. Abrió la última caja que le quedaba y comenzó a sacar los materiales. Se paso a llevar el medallón que estaba oculto bajo la polera y lo movió un poco, comenzaba a picarle la zona en la cual el medallón tenía contacto con la piel.

-Gael, ya has trabajado bastante –La señora Ibet le ofreció una bebida- yo puedo continuar ordenando lo que falta. –Le acerco una silla para que la acompañara a tomar su te- Ya llevas dos años en el taller y has progresado mucho.

-Me ayuda a distraerme –Comento simplemente mientas se sentaba y agradecía el descanso, no iba a decirle que el taller era un espacio de tranquilidad para él, seguramente comenzaría a interrogarlo.

-¿Has pensado en continuar una carrera artística?

-No… la verdad no he pensado mucho en esa posibilidad, tendría que hablarlo con mis padres, suena interesante. –Tomo la bebida y estuvo a punto de ingerirla cuando el medallón se puso más caliente, aun era soportable pero le extraño y estuvo a punto de sacarlo.

-No me expongas –Era la primera vez que la voz se escuchaba con mayor claridad, quito de inmediato su mano y la dejo en la mesa bajo la mirada inquisidora de la señora Ibet-Ella sabe de ti, ella sabe de mi Gael. –La señora Ibet le sonrió y volvió a tomar de su té- Tienes que irte ahora.

Por un momento sintió que entraría en pánico si no hubiese sido por el continuo calor del medallón que logro calmarlo un poco. La voz solo podía escucharla él porque la señora Ibet no mostro reacción alguna.

-Si quieres, podría prepararte para que entraras a la universidad de artes por una beca de nuevos talentos, piénsalo y dame una respuesta apenas puedas. –Gael solo asintió y volvió a tomar de su bebida pero la voz en su mente le dijo que debía dejarla de lado, algo había en la bebida que no le agradaba a aquella voz.

-Yo debo irme –Dijo casi de inmediato y fue a buscar sus cosas.- El lunes vendré a la hora de siempre, aun no termino mi trabajo. –Intento sonar casual pero estaba sintiendo miedo por aquella voz que le advertía constantemente en que debía de alejarse, en un momento la voz se silenció. Cuando miró a la señora Ibet pudo ver algo en sus ojos que no le agrado, no sabía que era pero fue suficiente para hacerlo sentir incomodo.

-¿Podrías llegar un poco más temprano a ayudarme con la clase de los pequeños? Tengo que terminar muchas cosas la próxima semana y no sé si pueda estar a tiempo… -Le pidió mientras tomaba el vaso y la taza que ella había ocupado.

-La llamare para confirmar.

-Es muy lindo el medallón que ahí llevas. –El tono fue casual pero no pudo evitar percibir suspicacia en esas palabras, como si hubiese algo de lo cual ella desconfiaba.

-¿Medallón? Es una piedra ojo de tigre que me regalo mi madre. –Gael solía llevar a veces consigo una cadena con una piedra incrustada en forma de cuarzo, la saco y se la mostro evitando tomar el medallón, tenía la suerte de que la correa quedaba cubierta con su vestimenta. – Ya debo irme… ¡nos vemos chicos! Nos vemos señora Ibet. –Se despidió rápidamente antes de salir por la puerta.


Frio, sentía frio tras su cuello y espalda, escalofrío. Apenas y había salido hacia una hora del taller y había decidido recorrer un poco el pueblo y buscar algo que le apeteciera almorzar.

Estaba al otro lado de una vieja construcción que se encontraba en venta, consistía en un viejo terreno que contaba con una casa más alejada y algunas hectáreas que solían usarse como potrero para el ganado. Hacia medio año ahí había vivido una familia pero por motivos de trabajo se mudaron más cerca de la ciudad, o eso era lo que había oído.

Gael tiritó un poco por la helada brisa y procedió a cerrar su chaqueta. Estuvo preocupado, muy preocupado de haberse vuelto loco pero luego de comprobar que aquella voz se había ido se mantuvo tranquilo, sabía que la voz si se hizo presente en su mente –o esa era la conjetura que mantenía hasta ahora- pero no podía saber si era real, por tanto prefirió no indagar en ello e ignorar lo sucedido.

La brisa comenzaba a ser mas repetitiva, escucho un sonido que llamo su atención. Era un sonido agudo pero suave, continuo. Detuvo su paso frente a la entrada del terreno y apretó los brazos a sus costados, se mantuvo rígido, sus ojos inspeccionaron el área. Para acortar camino decidió ir por ese sector y así poder llegar a un lado de la ciudad donde se congregaban los negocios alimenticios. Aquel atajo que decidió tomar se encontraba más solitario que otros lugares debido a un corte eléctrico que ocurrió la noche anterior, por tanto algunas tiendas que se podían encontrar por la zona y atraían a más personas, se encontraban cerradas de momento por los artefactos defectuosos. El sonido continuaba y lo mantenía paralizado, el sonido cambio a una horrible agonía que expresaba un profundo dolor que bajo por su columna y que luego se instalo como impacto en sus ojos. El sonido nuevamente cambio a su tonada agradable, como si fuese un conteo que pronto volvería a tocar la horrible melodía. Apenas pudo moverse y se obligo a avanzar, levantando con fuerza sus piernas para no quedar en el anterior estado catatónico.

Debido a la distracción que estaba teniendo sobre su sentido auditivo, Gael no vio unas pequeñas grietas que comenzaban a formarse en el suelo, a su alrededor, y no pudo verlas porque sintió unos fríos dedos rozar su cuello. Dio un grito de sorpresa y un salto que lo hizo casi tropezar por el susto.

-¡No te voltees! -Advirtió duramente la voz en una orden que no merecía reproche. Gael inmediatamente clavó su vista en el suelo e intento avanzar, loque volvía a ser difícil con la melodía, que variaba entre lo agradable y lo aborrecible, que afectaba sus nervios. El medallón comenzó a calentarse sin quemar su piel y de un momento a otro sus músculos se relajaron, sintió un empujón lo que logró hacerlo avanzar abruptamente.

Ahora no fue una mano la que lo hizo temblar, sino una risa que podía decir que provenía de una joven que se veía por sus costados, como si se moviese de un lado a otro. Podía decir que su piel era pálida, casi blanquecina y que era dueña de un largo cabello negro.

-No la mires a los ojos, solo continua caminando y aléjate. - La risa lo perturbaba, provenía de todas direcciones, la joven ahora se encontraba siguiéndolo casi pegada a su espalda. Gael creía que se trataba de una joven, pero lo superaba en estatura por varios centímetros.

Sólo se dio cuenta de que estaba corriendo cuando su celular empezó a sonar, se detuvo en seco y cuando creyó sentir que la mano se posaba en su hombro volteó abruptamente. No había nadie.

Sintió miedo, miedo por lo irreconocible de su situación, un miedo que nunca antes experimentado por él, miedo que se instalaba en su estomago y subía por su garganta. Tenía que irse a cualquier lugar, a cualquier lado mientras no fuese aquel sitio. Tenía que espabilar, correr, moverse y correr… moverse y correr…

-¡Muévete y corre! ¡Muévete y corre, ahora!

Por un Segundo Gael pudo decir que la voz que le gritaba era profunda y grave, diferente.

Sus instintos le sirvieron bien. Mientras corría la risa se escucho a la lejanía mezclada con el sonido de la brisa.

La risa abruptamente fue cortada.

Corrió más rápido, el celular volvió a sonar.

domingo, 3 de octubre de 2010

El Umbral

- La voz -

-2-

-¿Estas bromeando, cierto? Dime que estas bromeando –Exclamo una mujer, perturbada por lo que acababa de oír.
-Yo también quisiera que fuese una broma, pero por más cruda que sea ahora la verdad, debemos ir. –El hombre la miro con pena y luego la abrazo para intentar confortarse ambos por lo que pronto tendrían que hacer.




Gael dio un corto grito al mismo tiempo que era empujado bruscamente hacia el barro. Sus ojos grises brillaron con dolor detrás de los mechones de cabello, castaño oscuro, que caían maltrechos tapando su frente. Su boca abierta en una silenciosa mueca de dolor al tiempo que el aire fue abruptamente expedido de sus pulmones. Se quedo ahí, sollozando y agarrando su estomago, intentando ser lo más silencioso posible. Aquel joven que disfrutaba el espectáculo que proporcionaba, miro hacia atrás y solo sonrió al ver que el bus venía. Tomo sus pertenencias y arrojo las de Gael una vez más contra el barro, le indico a su grupo que se marchara mientras los otros no sabían si acercarse al cuerpo maltrecho de su compañero o permanecer apartados.

Gael intento ponerse de pie un par de veces antes de lograrlo, de forma tambaleante, y maldijo al ver que el bus ya había partido. Tendría que esperar media hora más para poder irse a su casa en bus, pero parecía que este no sería su día de suerte. Ya habiéndose recuperado, tomo sus embarradas pertenencias, se toco su costado derecho y su estomago e inmediatamente expresó una mueca de dolor. Deseaba irse de ahí, no quería llamar más la atención, Los pocos que hablaban comenzaban a despejar el lugar. Se acomodó las pertenencias lo mejor que pudo para poder comenzar a avanzar su caminata, podría tomar el vehículo más adelante, sino le quedaba un buen trecho por recorrer.

Las nubes gruñeron sobre el, el día se encontraba totalmente nublado, los truenos explotaban y las luces centellantes de los relámpagos cortaba el aire al tiempo que las primeras gotas de lluvia, de aquella mañana, comenzaban a caer.

-Te odio- Susurro Gael para sí mismo- Te odio Alejandro. – Con cuidado metió una de sus manos en un bolsillo externo de su mochila para ver que todo estuviese bien. Pudo comprobar que sus notas ni otras pertenencias se habían mojado, pero su ánimo bajo aun más al ver que una pequeña figura de arcilla se encontraba rota en varias partes. Extrajo los pequeños pedazos del interior, no podría volver a ponerlos en su lugar. Sus manos temblaron por la rabia que sentía en ese momento y la cual intentaba no dejar salir. Gael gruño de manera miserable al ver como tan hermosa figura, un regalo antiguo de su madre, quedaba reducido a pequeñas piezas y polvo. Ya no quedaba nada de la mujer que llevo un canasto en sus manos. Había tomado prestada aquella pieza para poder dibujarla con carboncillo en el taller al que asistía. Había tenido la intención de devolverla luego de ir al taller que quedaba a mitad de camino, pero por la lluvia no le sería posible ir y menos deseaba mostrarse en su actual estado, ahora tampoco podría devolver la figurilla. Su madre pronto volvería de su trabajo y definitivamente notaría que faltaba. Ya lograba imaginarse el escenario que ocurriría y eso lo hizo sentir un escalofrió.

Camino hasta la esquina de la calle para poder cruzarla, sus pasos hacían notar que caminar le resultaba incomodo. Un auto pasó rápidamente y no le dio oportunidad de apartarse, el resultado fue inmediato, en apenas unos segundos se encontraba aun mas empapado, se limpio la cara como pudo y volvió a suspirar. La lluvia no había logrado mojarlo por completo, estaba en proceso, pero ya no importaba. Cansado y magullado miro enojado en dirección hacia donde había desaparecido el automóvil y cruzo mientras maldecía por lo bajo. A medio camino un pequeño destello llamo su atención, al agacharse pudo ver que se trataba de una medalla circular con una cruz negra en el interior, cada extremo de la cruz terminaban en una punta de flecha y todos medían la misma distancia. El círculo que rodeaba a la cruz era de color plateado y no contaba con ninguna escritura.

La bocina de un auto lo hizo espabilarse, corrió al otro extremo de la calle.

-¡Ten más cuidado! -Grito el conductor antes de continuar. Gael solo asintió en forma de disculpa y guardo el medallón en su bolsillo.

A sus quince años de edad podía decir que estaba harto de muchas cosas que le ocurrían, pero generalmente callaba para no crear más problemas. No es que no enfrentara las situaciones que se le presentaban, pero él era una de aquellas personas que preferían pasar desapercibidos.

Los árboles se sacudieron por el viento que anunciaba una fuerte tormenta.




En un pequeño pasaje detrás de unas tiendas comerciales, una vieja y sucia puerta se abrió con tanta fuerza que casi se desprenden sus bisagras. Un hombre alto y de piel curtida, con fieros ojos, y con una expresión metamorfoseada en enojo y dolor. Se apoyó por un momento en unas cajas de madera, luego se alejó rápidamente de la puerta. Sus ropas consistían de un largo y grueso abrigo, unos jeans y negras botas. En su mano derecha llevaba un alargado cuchillo que presionándolo acorto su tamaño sin dejar de tomarlo con fuerza. Camino rápidamente por el pasaje, usando las sombras.

-Si salgo de esta, no voy a concederle un sólo favor más. –El hombre le gruño a la nada, su cansancio se notaba en su voz. Levanto su mano derecha y la acerco a uno de sus oídos como si escuchara a alguien, asintió un par de veces y apresuró el paso. Los breves momentos en los que se detenía dejaba oscuras gotas de líquido espeso en el suelo. Se escucho un sonido abrupto, de alguien golpear la basura, sus ojos inmediatamente se dirigieron al punto del que había salido, solo estaban las sucias cajas desparramabas.- Quizás un gato… -La lluvia decidió caer con fuerza.

-¡Esto es una maldita mierda y tú lo sabes! –Rugió enfadado el hombre, rebatiendo una contestación que solamente el parecía oír. Negó con su cabeza y se detuvo al escuchar que la puerta se abría del mismo modo que hizo hacia tan solo unos minutos, algo se escuchaba.

Miro alrededor y se movió tan rápido que para un hombre común habría sido imposible. Extendió su cuchillo nuevamente hasta su longitud normal hasta que golpeó a algo con su propio cuerpo que pareció caer rodando y quedarse agachado como si lo mirara con una curiosidad enfermiza. Aquella persona levantó algo que produjo una fuerte luz que lo dejo ciego por unos segundos, la luz fue tan potente que iluminó todo el pasaje marcando muy bien los detalles. Luego, el destello producida desapareció en la oscuridad, ya no podía ver en las sombras que sentía se habían vuelto antinaturales. Sonrió oscuramente al escuchar un chillido de dolor detrás suyo, un horrible sonido que podría haber producido escalofríos a cualquiera.

-Se van a arrepentir el haberse cruzado con nosotros –Dijo rápidamente mientras el chillido se iba apagando- Ambos van a arrepentirse.




Entro con cuidado para no mojar todo el pasillo, se desprendió de sus zapatillas en la entrada y de sus pantalones, los enrolló en un bulto y se dirigió a su pieza para sacar ropa seca y limpia. La casa tenía dos pisos y se encontraba echa de cemento y madera, su cuarto se ubicaba subiendo las escaleras al final del pasillo a mano izquierda. Saco lo que buscaba y acomodo una cubeta en la esquina de su habitación, tendría que recordar reparar aquella gotera cuando terminase el temporal. Camino hacia el baño y prendió la ducha, se desvistió y dejo algunas cosas sobre la repisa del lavado, unas cuantas monedas y el medallón que había encontrado en la calle.

La ducha se encontraba agradable, por la ventana se podía escuchar el crujir de las ramas y de los troncos de los árboles, seguramente caería más de uno esa noche. No prestó mucha atención a una pequeña incomodidad que comenzó a sentir en su pecho, pero cuando abrió los ojos.- ¡¿Mamá?! –Pregunto exaltado abriendo la cortina de golpe, no había nadie pero podía jurar que había visto una sombra contrastar con la cortina. Un poco perturbado miro alrededor y no encontró absolutamente nada, seguramente había sido su imaginación jugándole una mala pasada, no era extraño luego de haber caminado tanto y haber estado empapado todo el camino. Su cuerpo tenía algunos moretones pero nada grave de lo cual preocuparse, no lo habían golpeado en el rostro y eso lo agradecía porque no quería dar explicaciones.

-Gael, deje comida en la cocina para que bajes a servirte –Dijo su madre mientras tocaba la puerta.- Ya me lleve tu ropa sucia, si tienes algo mas déjalo abajo –Pidió su madre antes de irse. Se sintió tonto al asustarse por nada, su madre había entrado a sacar su ropa y había proyectado su sombra a la cortina, se rió de si mismo.

Se desperezó un poco mientras se secaba, la ducha le había producido sueño.-
¡Despierta! –Saltó del susto al escuchar aquel grito- ¿Mamá? –Abrió con cuidado la puerta y se alivió al ver a su madre guardando algunos de sus libros.

-Gael ¿Podrías ayudarme luego con algunas cajas? –Asintió casi de forma automática mientras buscaba una respuesta a aquella voz, pero pronto escucho como la televisión de la pieza de sus padres reproducía una película de acción, simplemente la lluvia le había hecho mal, se estaba exaltando por cualquier cosa.

-Claro, bajo a comer y te ayudo. –Saco sus cosas y bajo a alimentarse, realmente se moría de hambre y su estomago hacia protesta por ello.

-
Tu tienes mi poder mi niño… suéltame –Un murmullo imperceptible que Gael no logró escuchar de manera consciente, estaba agotado. Solo movió un poco su cabeza como si hubiese escuchado un silbido.

viernes, 1 de octubre de 2010

El Umbral

-Ensoñación-

-1-

Con el palpitar de la guitarra sé que puedo alcanzar el cielo mientras me encuentre con los ojos cerrados, es una maravilla para mí el poder dejarme llevar por el pulso de la música. Una distracción que solo me dejo saborear cuando me encuentro solo, en mi lugar secreto, el espacio donde nunca me buscan, en mi techo. El viento golpea mi rostro como si acompañara la música producida por la guitarra de vieja madera, ya no recuerdo cuantos años tendrá pues perteneció a mi abuelo, puedo decir que es una caja de recuerdos.

El cielo se oscurece, todo comienza de nuevo. No hay nubes, pero se presencian cambio de colores, una delgada llovizna cae como un manto que cubre del frio. La realidad comienza a ser pintada. Las casas, árboles y calles se derriten ante mis ojos, la misma casa de mis padres baja poco a poco. Sin poder evitarlo me deslizo por el ladrillo que ahora es cera derretida, pero no caigo al suelo. La llovizna continúa cayendo, los materiales se han acumulado y un pequeño montículo se siente bajo mis bajos miembros.

Poco a poco ellos se levantan, nuevos árboles reemplazan a los de la realidad humana, criaturas despiertan de su hibernación. El creador compone otra escena, poco a poco se arma el acto. La aurora del cielo, sus colores verdes, rojos, azules y amarillos continúan con su cantico mudo. Puedo ver como se estiran y sacuden, como pareciera que se miraran entre ellos y que luego se dividiesen en dos facciones.

Un piano se escucha a la distancia, los árboles se agitan y hacen sonar sus hojas antes de quedarse quietos.

Un rayo.

Tuve que aferrarme con fuerza a una de las rocas que salió bajo el fango de materiales que aun quedaba y no terminaba de ser absorbido por la tierra. El suelo temblaba, perdía mi equilibrio y al mismo tiempo no podía apartar mi mirada de lo que ante mis ojos se mostraba.

El potente sonido del trueno.

Las criaturas corrieron como si sus recientes vidas dependieran de ello, saltando, girando. Las dos facciones chocaron en medio de un espacio que se creó luego de que el telón por fin se hubiese levantado, la llovizna había cesado.

Como si un piano fuese tocado en la distancia, cada ser viviente danzaba a su propio ritmo mientras chocaba con otro diferente a él. Una batalla convertida en una sinfonía de cambio y transmutación, un clímax de la metamorfosis de la realidad, vivida hacia tan solo minutos desde mi estancia de lo que había sido el techo de mi hogar.

Giraban, se tocaban, escapaban y volvían a encontrarse unos con otros para continuar como los actores de toda esta visión.

Era tal la locura que ni siquiera me preocupe en buscarle sentido alguno, porque para mí lo que vivía ahora, simplemente era real bajo sus propias reglas, era real pero no era humano.

Y sentí que era llevado por unas manos, por unos empujes, por aquellos seres vivientes con pelos y enormes patas, con cuernos y hocicos, con melenas y dientes afilados, de ojos astutos y salvajes, pero racionales dentro de su propia razón desligada de la influencia de Descartes.

Cada uno de ellos era una historia distinta, cada pisada que realizaba en conjunto mientras los seguía en una batalla que creía no era mía, influía en el paisaje y en cómo se terminaba de concretar el mismo.

Las montañas se alzaron, los ríos se llenaron, las aves volaron bajo la misteriosa aurora. Las ciudades se reconstruyeron muy lejos, ciudades rodeadas con altas paredes y misteriosa tecnología. Los vivientes se dividieron y crearon más vida, altos y chicos, todo un mundo en tan solo unos respiros.

Y podía decir que ya no era yo, sino que otro había nacido de mí, otro se había convertido en mi cuerpo y me instaba a sentirme libre dentro del mismo caos.

Kora, la madre de lo infinito, parecía haber llegado para abrir los ojos a un ancestro. Porque aunque aquí también existiesen hombres, tal era la diferencia entre quienes yo había conocido con aquellos que observaban el alzamiento del nuevo reino. No me sería posible decir que se trataba de la otra cara de la moneda, iba mucho más allá.

Revolucionados, gritando y corriendo al mismo tiempo que danzábamos de manera alocada en una batalla de ellos contra nosotros.

En un momento… caí en la inconsciencia.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Razones

“Soy total y absolutamente libre siempre dentro de la jaula.”

-Ludwig Feverbach-

¿Qué se siente tener la esperanza de otros en tus manos?

Viendo alrededor no sabes como los actos han causado estas consecuencias, solo presientes y posees una leve idea del por que. Sabes que tú manejas tus acciones pero que el resultado de estas no esta en tu propia voluntad regirlo. El acto se escapa de ti, la potencia te gobierna y te ciega, causando que veas un posible desenlace engañoso. ¿Dónde esta el engaño? Cuando te has limitado a ver solo lo que tus ojos te han permitido.

¿Acaso todos han sido ciegos menos tú? Sabes la respuesta, su amargo gusto de aceptación. Sabes que cuando te levantaste hiciste más que simplemente ponerte de pie, provocaste una ruptura, resquebraje del esquema de la impotencia y decidiste atacar. Es difícil poder explicar, a veces muy confuso, solo estas conciente de que actuaste llevado por el sentir, el engañoso sentir que transmuta y cambia a una velocidad imposible de predecir, que logra dominarnos y tomar el control sobre nosotros. No nos percatamos ya que llega furtivamente, sentir camuflado que nos parece lejano.

¿Qué será? ¿Cuándo caerá? Y no fue el sonido de un gran choque, no fue el temblar de arquitecturas derribadas, ni el impacto por la oscuridad total por segundos provocada. Eres tú, no eres otros, solo tú quien has despertado dentro de tus barrotes y que de alguna forma pudiste encontrar una llave suplente que se hubo ofrecido a dejarte pasear por un espacio más amplio. Quizás sea eso, que las bestias encerradas guardan más rencor, quizás sea que enloquecen al no sentir presiones que les limiten. Ya nadie te controla, te dejas llevar de manera peligrosa, nadie te dice alto, solo disfrutas, disfrutas, disfrutas… Ya no ríes.

Y te miras como si no te reconocieras. Estas allí, de pie, cuando antes estabas abandonado en el suelo. Estas allí, de pie, con tus manos inmóviles e inertes sin saber que hacer. Las consecuencias ya poseen vida propia, no tienes mando alguno sobre ellas, ni palabra. Pero tú de una forma u otra las creaste, las formaste y las arrojaste despavoridas a este campo minado donde respiras. ¿Aun así esperas lealtad? No hay lazos, ni unión luego de que tú actuaras con propia ambición. Ambición que has encontrado correcta ¿Hasta que punto? No viste la frontera o la has ignorado.

Y los pocos que te rodean ocupan el lugar que momentos antes tú dejaste desocupado. No están en tu misma condición, presentan a un nuevo personaje, no juegan tú mismo papel. Tú fuiste generoso y obligaste a que los ocuparan sin escuchar protestas que consideraste absurdas. Pero ¿Acaso no actuaste igual que ellos? ¿No haces lo mismo que ellos obligándolos a mirarte, a escucharte?

El fuego vive del alimento que le entregan, de lo que tú le entregas. De los gritos incoherentes y furia. Puede crear, hacer desaparecer, esfumar en humo, confundir y tentar. El poder en exceso, el poder puro, la energía concentrada daña, crea, origina, finaliza. Tu postura esta en exceso, dirigida hacia lo masivo, hacia un ideal. Y con ese ideal el fuego no apaciguara, continuara latente. Vivo en espera por el estímulo que le ayudara a levantarse nuevamente, a expandirse más allá de la hoguera.

Los plateados colmillos observan el cielo, exponiendo la desnudez de sus filos, reflejando. Observas todo con una quietud extraña, innatural. Y tu conciencia que logra llegar a ti por pocos segundos te pregunta, te cuestiona que harás, como actuarás.

Comienzas a cuestionar tu existencia, por que la realidad se transforma en irrealidad.

Tu libertad ya no es tuya, ni de ellos ¿Eres perteneciente de ti mismo? ¿Lo dudas? ¿A dónde perteneces?

¿Cuál es tu lugar?

Ellos te ven, tú les miras.

Eres el iluso desafiante.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Mi hora de insomnio

He vuelto a presenciar este momento del día, una hora tan extraña pero común en su mismo tiempo, irrelevante para muchos pero curiosa para mi. Es un momento del día donde tanto la oscuridad como la luz se funden y separan en sus extremos, un momento donde solo un parpadeo pareciera enmascarar y mezclar aun mas la imagen, o aquello que llamamos realidad.

Escucho el crujir de la madera al quemarse y ver una que otra ceniza encendida alzarse al cielo, para ser consumida lentamente, mientras es llevada por el viento. Cansancio y angustia intentan apoderarse de mi ser, al mismo tiempo que las lagrimas quisieran alcanzar mis ojos, pero les impido el paso. Es una sensación tan arrolladora que me es casi imposible no querer lanzarme y dejarme llevar por su oscura corriente. Tanto desearía poder dejarme ir... mas mis preceptos morales e ideales chocan contra esta turbulenta marea de emociones, se convierten en caos. Pero, al mismo tiempo que siento este caos en mi ser, también siento que no puedo mostrarme débil ante ellos. que no puedo ser débil ante mi rival de la niñez y que tampoco puedo ser débil ante alguien de su sangre, que recientemente es conocido por mi. Llamarlo orgullo y terquedad, posiblemente estupidez o instinto de supervivencia, por no darle a otros la oportunidad de tener ventaja sobre mi naturaleza. Porque mientras menos me conozcan será mejor, menos armas podrían levantar en mi contra en tiempos tan inseguros.

Ellos ahora duermen mientras yo continuo montando guardia, la noche ya ha consumido al día completamente, y lo único que se alcanza a ver son las estrellas y la grieta que dejo la caída del primero. Mi corazón late con ansiedad, que impacta en mi pecho, al dirigir mi vista a esa bella monstruosidad que permanece en el espacio celestial...

jueves, 9 de septiembre de 2010

Hoy no hay alas

Hoy no tengo alas, se han cortado con el frio, caído lentamente dejando que la sensación de vacío se apodere de las extremidades. Extiendo lo que antes me encantaba observar, imagino las hojas desplegarse como plumas y realizar un contraste que me encantaba ver al sol.

Pero… mis alas fueron cortadas,

Arrancadas por el frio natural,

Por un dolor que marchito mi cuerpo.

Suelo caminar hasta este lugar, el cual me permite observar el paisaje que me he acostumbrado a observar. Busco la sensación de asombro y descubro que cada vez es más lejana.

Me preguntas que hago aquí en el suelo,

Y yo te respondo, que no puedo volver a estar en el cielo.

Me preguntas por que sonrío tan poco

Y yo te digo que… no sé cómo responderte.

Comienzo a correr, más y más rápido, la respiración se acelera y la presión en el pecho se hace presente. Esquivo las piedras que se presentan ante mí y me lanzo al vacio.

Hay cosas que no pueden olvidarse

El viento es el único que guarda aquellos secretos

Lee las expresiones que me imagino mascaras.

Y solo cuando caigo creo recuperar todo, vuelvo hacia el espejismo del último segundo y recuerdo aquellas escenas olvidadas por mí. Solo cuando caigo… solo en este momento… solo ahora… siento que me abrazas.

Y me dije tantas veces que debía de continuar

Escuche tantas veces que me decías que debía avanzar

¿Cómo es que paramos en un mundo tan alocado como este?

Hay una pulsión que me asecha.

Siquiera en este momento puedo aferrarme a un sueño, ya he perdido el don de dejarme llevar por el engaño, el viento que acaricia mi cuerpo es lo único que siento real, si es que aun continuo sintiendo. Porque la sensación que experimento es tan extraña que podría decir que es el delirio de un ser desesperado.

Extiendo mis alas,

Porque aun creo volar,

Volar mientras caigo.

Por favor… abrázame… ayúdame a creer que puedo volar de nuevo…

martes, 7 de septiembre de 2010

Un otro

Termine guardando silencio por petición de otros lectores. La biblioteca de gran tamaño se componía de 5 cúpulas y varios soportes internos que continuaban las figuras circulares. El piso era de mármol negro y hacia bello contraste con el blanco de la construcción. Pinturas antiguas podían verse colgadas aquí y allá, muchas estanterías con libros, repisas y vitrinas con animales disecados, mapas enormes que colgaban desde el techo, telescopios que apuntaban al cielo desde el tercer piso, mesas posicionadas estratégicamente para aprovechar en todo momento la luz que se filtraba por los vitrales.

El sonido de uñas golpeando el suelo llamo su atención, lo hizo girar a la derecha para encontrar a quien buscaba. Había ingresado persiguiendo al pequeño lycos que logro ser lo bastante escurridizo para evitar su captura. El pequeño animal salto entre algunas cajas que estaban entrando al recinto, al ser inspeccionadas por los encargados no le fue posible registrarlas para sacar al animal de su interior y recuperar su pertenencia.


en edición....


domingo, 15 de agosto de 2010

Raíces de historias

Hacía dos días que habíamos llegado, dos días desde que nos topamos con aquel extraño anciano. En un comienzo apenas y nos dirigió palabra, pidió una carta que no le había sido nombrada y con solo el tacto, sin abrirla, de su contenido parecía haberse enterado.

Tan solo dos días desde aquel acontecimiento, el anciano nos guió hasta su casa y nos hizo entrar hasta su comedor, nos dijo que nos sentáramos para luego informarnos de toda la situación.

Éramos exiliados sin saber que habíamos sido expulsados, nuestra gente fue enviada muy lejos y parecía que un brusco cambio seria anunciado. El aire vibraba, cuando mire por la ventana pude ver que el cielo ya se encontraba nublado.

El viejo anciano se refirió así mismo como Cerian Eixencal, un antiguo amigo de mi padre que había participado de su entrenamiento. Aquella primera noche dormimos rodeados de inseguridad, preguntas y probables pesadillas que fueron las causantes de la ansiedad al despertar.

La ciudad formaba un enorme círculo, aun no me he enterado de la magnitud, pero he escuchado que la biblioteca es una de las más grandes y que guarda algunos documentos del antiguo Gremio.

Mis dos acompañantes tenían que resolver sus propios asuntos, por lo que mi salida paso desapercibida para ambos.

Reiza caminaba a mi lado mientras recorríamos una calle adornada con diferentes pinturas, la riqueza de las imágenes era extasiante. Mientras más nos adentrábamos hacia el centro, la variedad de las pinturas aumentaba como si se tratase de una enorme historia que contaba diferentes fragmentos, dependiendo de la calle que se decidiese recorrer.

-Reiza, detengámonos un poco que quiero realizar unos dibujos –Busco a tientas unas hojas que Cerian le había dado y que había guardado en una de las alforjas que le había dejado a Reiza. Lo extraño es que sus dedos no tocaban las hojas, tuvo que abrir completamente la alforja para ver que solo había unas frutas secas pero no rastro de las hojas. – Reiza, intenta no moverte –Su compañero un poco molesto le gruño un poco para llamar su atención, pero Alan estaba tan enfrascado buscando las hojas que el Tegran tuvo que empujarlo con una de sus patas- ¿¡y ahora qué te pasa!? –Alan se encontraba molesto por el repentino empujón, Reiza inmediatamente indico con su hocico hacia unas cajas de madera que se encontraban tan solo a un par de metros de ellos. Alan, miro con una cara de espanto exagerado- Mis hojas…

Un pequeño animal de color rojizo, con algunas partes de su pelaje blanco, mordía ávidamente las hojas en un aparente intento de comérselas- o como pensaba Alan, en un intento de fastidiarlo a él. Las dos colas de la criatura permanecían en alto como si indicara que se encontraba alerta. Pero, Alan pudo percatarse que no solo se había llevado sus queridas hojas de dibujo, sino que también se había llevado un colgante que le había entregado Cerian, un colgante del cual colgaba una piedra transparente con un rayo de energía en su interior. Aquel colgante se lo entrego al día siguiente de su llegada, aludiendo que debía poseerlo por la resonancia que emanaba su cuerpo. Ahora viendo que aquella pequeña criatura, de alguna manera, tenía el colgante- se encontraba en el dilema de cómo poder quitárselo sin espantarla.

Una fuerte briza pasó por la calle, al parecer las sólidas construcciones en su arquitectura guiaban de una manera al viento que le hacía aumentar su fuerza. El polvo fue levantado y… Reiza estornudo sonoramente. Alan se golpeo automáticamente la cara con la mano y miro a Reiza quien parecía avergonzado e inclinaba su cabeza en un signo de disculpa. La criatura volteó a mirarlos, Alan la observó entre la rendija de sus dedos, el tiempo se detuvo… ¡El maldito animal salió corriendo! Había confiado en que no sucedería nada, incluso suplico internamente que si se quedaban quietos volvería a mordisquear las hojas, pero no… ¡Salía corriendo!

martes, 3 de agosto de 2010

Algo de hoy

Hacía dos días que habíamos llegado, dos días desde que nos topamos con aquel extraño anciano. En un comienzo apenas y nos dirigió palabra, pidió una carta que no le había sido nombrada y con solo el tacto, sin abrirla, de su contenido parecía haberse enterado.

Tan solo dos días desde aquel acontecimiento, el anciano nos guió hasta su casa y nos hizo entrar hasta su comedor, nos dijo que nos sentáramos para luego informarnos de toda la situación.

Éramos exiliados sin saber que habíamos sido expulsados, nuestra gente fue enviada muy lejos y parecía que un brusco cambio seria anunciado. El aire vibraba, cuando mire por la ventana pude ver que el cielo ya se encontraba nublado.

El viejo anciano se refirió así mismo como Cerian Eixencal, un antiguo amigo de mi padre que había participado de su entrenamiento. Aquella primera noche dormimos rodeados de inseguridad, preguntas y probables pesadillas que fueron las causantes de la ansiedad al despertar.

La ciudad formaba un enorme círculo, aun no me he enterado de la magnitud, pero he escuchado que la biblioteca es una de las más grandes y que guarda algunos documentos del antiguo Gremio.

Mis dos acompañantes tenían que resolver sus propios asuntos, por lo que mi salida paso desapercibida para ambos.

Reiza caminaba a mi lado mientras recorríamos una calle adornada con diferentes pinturas, la riqueza de las imágenes era extasiante. Mientras más nos adentrábamos hacia el centro, la variedad de las pinturas aumentaba como si se tratase de una enorme historia que contaba diferentes fragmentos, dependiendo de la calle que se decidiese recorrer.

-Reiza, detengámonos un poco que quiero realizar unos dibujos –Busco a tientas unas hojas que Cerian le había dado y que había guardado en una de las alforjas que le había dejado a Reiza. Lo extraño es que sus dedos no tocaban las hojas, tuvo que abrir completamente la alforja para ver que solo había unas frutas secas pero no rastro de las hojas. – Reiza, intenta no moverte –Su compañero un poco molesto le gruño un poco para llamar su atención, pero Alan estaba tan enfrascado buscando las hojas que el Tegran tuvo que empujarlo con una de sus patas- ¿¡y ahora qué te pasa!? –Alan se encontraba molesto por el repentino empujón, Reiza inmediatamente indico con su hocico hacia unas cajas de madera que se encontraban tan solo a un par de metros de ellos. Alan, miro con una cara de espanto exagerado- Mis hojas…

Un pequeño animal de color rojizo, con algunas partes de su pelaje blanco, mordía ávidamente las hojas en un aparente intento de comérselas- o como pensaba Alan, en un intento de fastidiarlo a él. Las dos colas de la criatura permanecían en alto como si indicara que se encontraba alerta. Pero, Alan pudo percatarse que no solo se había llevado sus queridas hojas de dibujo, sino que también se había llevado un colgante que le había entregado Cerian, un colgante del cual colgaba una piedra transparente con un rayo de energía en su interior. Aquel colgante se lo entrego al día siguiente de su llegada, aludiendo que debía poseerlo por la resonancia que emanaba su cuerpo. Ahora viendo que aquella pequeña criatura, de alguna manera, tenía el colgante- se encontraba en el dilema de cómo poder quitárselo sin espantarla.

Una fuerte briza pasó por la calle, al parecer las sólidas construcciones en su arquitectura guiaban de una manera al viento que le hacía aumentar su fuerza. El polvo fue levantado y… Reiza estornudo sonoramente. Alan se golpeo automáticamente la cara con la mano y miro a Reiza quien parecía avergonzado e inclinaba su cabeza en un signo de disculpa. La criatura volteó a mirarlos, Alan la observó entre la rendija de sus dedos, el tiempo se detuvo… ¡El maldito animal salió corriendo! Había confiado en que no sucedería nada, incluso suplico internamente que si se quedaban quietos volvería a mordisquear las hojas, pero no… ¡Salía corriendo!

domingo, 23 de mayo de 2010

La mímica en Acixiodos

Puedo decir que jamás entenderás el por qué seres como nosotros continúan corriendo por un aliento final. La locura desencadenada en nuestras vidas, en busca de una cordura, hace que nos preguntemos finalmente quien es el más cuerdo de nosotros. Porque quizás ya ninguno logro serlo, lo que vislumbramos es lo que deseamos visualizar bien al fondo dentro de la caverna de Platón. Tanta húmedas, tanto frio, un olor penetrante nos atormenta mientras intentamos caminar silenciosamente por estas grietas. Sabemos que se encuentra siguiéndonos, sabemos que rastrea nuestras huellas y que escucha la vibración y zumbido de nuestras voces. Viene a buscarlo para que regrese una vez más con él.

Que tormentosa esta situación, terminando dentro de un laberinto de roca antiguamente derretida, dentro de grietas que podrían explotar en cualquier momento y bañarnos con la toxicidad que se aloja bajo su piel oscura.

Solo necesitamos que el viendo nos guie, esperamos cualquier señal para poder soltarnos y dejarnos fluir hacia una de las salidas alternativas.

Se está riendo, escuchamos su voz… puedo ver como Alan se tensa y que mira dudoso hacia atrás como si aun no se decidiera a tomar una decisión. Y yo solo puedo apretar mi espada con la única mano que me queda libre, mi pistola quedo sin uso luego de haberse caído en la lucha por entrar a este lugar, si hubiera sabido que Cerian nos entregaría a nuestra suerte… viejo tonto…

-Escapas y te encuentras, te reflejas en lo oscuro, tus pensamientos te atormentan y te llevan a un diluvio. Arcos… Arcos… Arcos Arach –Se hacía escuchar el canto, hecho eco, que Argon se atrevía a mencionar.

Comenzaron a caminar más rápido, el nerviosismo a flor de piel, vistazos inseguros hacia atrás y aquella canción que su perseguir no dejaba de entonar.

-Porque yo sé una historia que tu no deseas escuchar pero es tu esencia que no te puedes negar –Continuaba maliciosamente Argon mientras arrojaba piedras de adrede hacia las paredes para que cayeran en distintas direcciones y así crear un ambiente de inseguridad que el anhelaba.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Un llamado

Es imposible que volvieras, se que desapareciste... te vimos desvanecerte. Pero tu eco regresa y es posible que me atormente. No... es mejor dejar las pesadillas a un lado pero aun asi... tu voz, aquella voz que convocaba tales acciones parecia haber resucitado.

Inimaginable como se repiten las historias, inimaginables por no darse cuenta de cuando comienzan a ejecutarse.

Una llave siendo tomada desde uno de los portadores...

Una alarma encendida indicando

es hora

-Las llamas del ritual-