viernes, 1 de octubre de 2010

El Umbral

-Ensoñación-

-1-

Con el palpitar de la guitarra sé que puedo alcanzar el cielo mientras me encuentre con los ojos cerrados, es una maravilla para mí el poder dejarme llevar por el pulso de la música. Una distracción que solo me dejo saborear cuando me encuentro solo, en mi lugar secreto, el espacio donde nunca me buscan, en mi techo. El viento golpea mi rostro como si acompañara la música producida por la guitarra de vieja madera, ya no recuerdo cuantos años tendrá pues perteneció a mi abuelo, puedo decir que es una caja de recuerdos.

El cielo se oscurece, todo comienza de nuevo. No hay nubes, pero se presencian cambio de colores, una delgada llovizna cae como un manto que cubre del frio. La realidad comienza a ser pintada. Las casas, árboles y calles se derriten ante mis ojos, la misma casa de mis padres baja poco a poco. Sin poder evitarlo me deslizo por el ladrillo que ahora es cera derretida, pero no caigo al suelo. La llovizna continúa cayendo, los materiales se han acumulado y un pequeño montículo se siente bajo mis bajos miembros.

Poco a poco ellos se levantan, nuevos árboles reemplazan a los de la realidad humana, criaturas despiertan de su hibernación. El creador compone otra escena, poco a poco se arma el acto. La aurora del cielo, sus colores verdes, rojos, azules y amarillos continúan con su cantico mudo. Puedo ver como se estiran y sacuden, como pareciera que se miraran entre ellos y que luego se dividiesen en dos facciones.

Un piano se escucha a la distancia, los árboles se agitan y hacen sonar sus hojas antes de quedarse quietos.

Un rayo.

Tuve que aferrarme con fuerza a una de las rocas que salió bajo el fango de materiales que aun quedaba y no terminaba de ser absorbido por la tierra. El suelo temblaba, perdía mi equilibrio y al mismo tiempo no podía apartar mi mirada de lo que ante mis ojos se mostraba.

El potente sonido del trueno.

Las criaturas corrieron como si sus recientes vidas dependieran de ello, saltando, girando. Las dos facciones chocaron en medio de un espacio que se creó luego de que el telón por fin se hubiese levantado, la llovizna había cesado.

Como si un piano fuese tocado en la distancia, cada ser viviente danzaba a su propio ritmo mientras chocaba con otro diferente a él. Una batalla convertida en una sinfonía de cambio y transmutación, un clímax de la metamorfosis de la realidad, vivida hacia tan solo minutos desde mi estancia de lo que había sido el techo de mi hogar.

Giraban, se tocaban, escapaban y volvían a encontrarse unos con otros para continuar como los actores de toda esta visión.

Era tal la locura que ni siquiera me preocupe en buscarle sentido alguno, porque para mí lo que vivía ahora, simplemente era real bajo sus propias reglas, era real pero no era humano.

Y sentí que era llevado por unas manos, por unos empujes, por aquellos seres vivientes con pelos y enormes patas, con cuernos y hocicos, con melenas y dientes afilados, de ojos astutos y salvajes, pero racionales dentro de su propia razón desligada de la influencia de Descartes.

Cada uno de ellos era una historia distinta, cada pisada que realizaba en conjunto mientras los seguía en una batalla que creía no era mía, influía en el paisaje y en cómo se terminaba de concretar el mismo.

Las montañas se alzaron, los ríos se llenaron, las aves volaron bajo la misteriosa aurora. Las ciudades se reconstruyeron muy lejos, ciudades rodeadas con altas paredes y misteriosa tecnología. Los vivientes se dividieron y crearon más vida, altos y chicos, todo un mundo en tan solo unos respiros.

Y podía decir que ya no era yo, sino que otro había nacido de mí, otro se había convertido en mi cuerpo y me instaba a sentirme libre dentro del mismo caos.

Kora, la madre de lo infinito, parecía haber llegado para abrir los ojos a un ancestro. Porque aunque aquí también existiesen hombres, tal era la diferencia entre quienes yo había conocido con aquellos que observaban el alzamiento del nuevo reino. No me sería posible decir que se trataba de la otra cara de la moneda, iba mucho más allá.

Revolucionados, gritando y corriendo al mismo tiempo que danzábamos de manera alocada en una batalla de ellos contra nosotros.

En un momento… caí en la inconsciencia.

No hay comentarios: