No era la primera vez que pasaba, tampoco sería la segunda
ni la tercera… pero la presión en el pecho que sentía en ese momento, la rabia
que me consumía desde mi interior, el odio que comenzaba a teñir cada uno de
los filamentos de mi cuerpo.
La única seguridad que tenía sobre mí y de quienes compartían
las celdas, es que teníamos el mismo objetivo… escapar y huir a la menor
oportunidad, matarlos y hacerlos pagar al menor desliz que presentaran con su
arrogancia.
Yo era uno de los pocos que no tenía acompañante en la celda,
quizás fuera por mi edad, tampoco quiere decir que fuera muy joven. Pero,
definitivamente ante otros mis características la edad si configuraba un patrón
importante a tener en consideración. Con mis 19 años habían cosas que aún no me
serían posibles de realizar, al menos no hasta haber alcanzado la madurez de mi
especie que ocurriría en unos meses, creía que sería en unos meses… ya no tenía
seguridad del tiempo… solo sé cuándo ocurra, ellos tomarían las medidas que ya
habían utilizado con los otros.
-Hey estúpido, mira cuando se te habla –Uno de los guardias
estaba parado frente a mi celda, había estado tan sumergido en mis propios
pensamientos que ni me había preocupado de su presencia, tampoco era como si me
importara… nada cambiaría. Dicho guardia al conseguir que posara mis ojos sobre
él, se dio por satisfecho y me indico que me alejara hasta apoyar mi espalda
contra la pared al mismo tiempo que me amenazaba con aquellas lanzas
electrificadas.
Sin apurarme, arrastre mi cuerpo lentamente hasta llegar al
lugar indicado, ensuciándome aún más con la mugre esparcida durante todos los
años, desde la construcción de la torre, en el suelo –tampoco era como si nos
permitieran bañarnos-. Las paredes y el techo se veían envejecidos, dañados por
el tiempo, pero lo que hacía que aquel lugar fuera impenetrable era la magia
con la que había sido construida… más bien, con las muertes que había sido
fortificada, con los huesos, la sangre y cuerpos que fueron usados como
materiales en su construcción. –Sacudí mi cabeza para alejar tan nefastos
pensamientos.
La reja, que me separaba del centro de la torre, se abrió y
entro un extraño. Entrecerré mis ojos, agudice mi olfato y mi sentido auditivo,
pero no podía sentir nada, NADA. Intenté no asustarme, no temblar, era
imposible que uno de ellos se ocultara de esa forma, a no ser que…
-Muy bien cachorro, tranquilo, solo vine a verificar algunos
asuntos. –Se arrodilló frente a mí, no podía moverme ni apartar mis ojos de los
suyos aunque lo intentara, tomo mi mentón
y movió mi rostro de lado a lado observando cada detalle. Acercó su
nariz hasta mi cuello y olió para luego apartarse con un sonido de asco y una
sonrisa sarcástica. –Lo has hecho muy bien Silas, muy bien. Creo que, si ahora
cooperas un poco más –acercó sus manos hasta mi pecho y no pude evitar sentir
pánico cuando estas mismas manos se deslizaron bajo mi maltratada polera,
mientras continuaba mirándome con esos ojos anaranjados- podría ayudar a que…
tu sabes, todo mejorara un poco por aquí –bajó un poco más sus manos, su mirada
se volvió más penetrante y sentí como si algo empujara dentro de mi mente,
sentí terror.
Odio, terror… odio,
terror, confusión, odio, quiero alejarlo de mí, no puede saber… Se encuentra debajo de mí, intento morderlo,
romperle el cuello y disfrutar de esos ojos que ahora me miran con total
espanto.
-¡SAQUENMELO DE ENCIMA! –Gritaba aterrado, sabiendo que con
cada segundo que pasara la bestia que había desatado cobraría mas fuerza, que
estúpido habían sido.
Pude sentir como las manos intentaban arrojarme hacia atrás,
pero no iba a dejar… no podía dejar que me arrebataran a aquel que había
decidido arrebatarme un secreto y que intento violar mi mente.
-SEÑOR, NO PODEMOS NO ¡AAAAA! –Pero antes de que pudiera
terminar sus palabras Silas le había arrancado un brazo que ahora descansaba en
el suelo mientras de la herida derramaba chorros de sangre. Aquel que llamaron
señor ocupo esta distracción para extraer del cinturón del guardia, que había
caído a su lado, una pistola preparada con dardos que no dudo en utilizar sobre
el hocico de la bestia de ojos dorados y furiosos, ojos que no se dieron cuenta
de lo que pasaba hasta que apretó el gatillo. Los ojos del animal se abrieron
del impacto y luego quedaron semiabiertos a la vez que caia abruptamente de
costado respirando agitadamente mientras su cuerpo sufría espasmos.
Aquel que llamaban se sentó como le fue posible, se sacó una
de las patas del animal que tenía encima y que le había destrozado todas sus
ropas y provocado heridas sobre su tórax, se paró con la ayuda de uno de los
guardias que había llegado por el escándalo, sacudió sus ropas, inspiro
aire-¡SON UNOS ESTÚPIDOS! ¡SE SUPONÍA QUE LO TENÍAN PREPARADO! ¿QUÉ HAN HECHO
ESTE TIEMPO?
Ninguno parecía querer hablar, todos miraban nerviosamente
al enorme lobo de color azul con pelaje blanco que ahora estaba inconsciente
dentro de la celda.
-Señor… señor Evan, no… nosotros seguimos las órdenes y los
procedimientos habituales, no esperábamos que esto ocurriera… -Se atrevió a
decir uno de los guardias intentando no acobardarse ni expresar incomodidad por
los gritos de su compañero que había perdido el brazo y que se revolcaba en el
piso, nadie se había acercado a él para poder ayudarlo.
-Lleven el informe de lo sucedido a la cámara alta.
-¿Señor?...
-¿No me oíste? –Se volteó abruptamente antes de salir de la
celda. El guardia solo miró a su compañero caído que ahora parecía estar
convulsionando. Evan hizo un sonido con su garganta.- Llévenselo de aquí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario